Nada de lo que enorgullecerse... Salvo de estar vivo. (Fragmentos de este cuento llamado vida)



Me quedé por unos segundos mirando su cara, su cuerpo, sus gestos, y lo único que podía pensar era "catálogo de la miseria humana"...
Me pregunté, después de asimilar esta sensación, qué hacía yo enfrentándome a este catálogo, por qué no elegía otras cosas más bellas en las cuales reposar mi odio, mi tristeza, mi vida...
Y sobrevino la rápida conclusión: tanto él como yo eramos parte de un mismo catálogo mucho más grande: catálogo de la miseria animal.
Me felicité por modesto y me reté por lo mismo ya que a lo único que me llevaría la modestia es, en este momento, a no seguir mis impulsos violentos de hacer cagar a ese pelotudo...
Seguí mi lejanía mundana y me alejé de ese fragmento de catálogo.
Ecuché sus gritos paso tras paso, caían a mis oidos: él quería que yo conociera, por la invitación de sus manos, el asfalto caliente, reluciente por el sol.
Me tragué el orgullo y sólo le tatué mis dedos en el pensamiento, en la idea, pero también mi indiferencia en su corazón... O al menos eso me hice creer.

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Pensé: Artistas siempre son los otros porque uno sabe bien que si algo crea está embadurnado de mentiras, entonces también: artistas son los nadies, no existen, porque uno es todos y todos no pueden diferir tanto, esencialmente, de uno.
El único arte, entonces, es el fulgor de la vida que nos usa de vehículo, pero no depende de nuestra existencia. Entonces no hay nada de lo que enorgullecerse, salvo de estar vivo.

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